PHOENIX

domingo, 21 de octubre de 2012

CAPITULO 31


Me volvió a besar. Yo no sabía que hacer. Quería que lo hiciera, pero también sabía que yo sí que me acordaría al día siguiente. Además, no quería a Jay solo para el sexo. Ni quería que él me quisiera solo para eso.

Lo aparté.

+No Jay. No sabes de lo que hablas. Estás muy borracho, no voy a hacerte caso. Duérmete anda, que necesitas descansar. Mañana será otro día.

-Elena, yo sé que puedo superar al de anoche. Te quiero, te quiero mucho.- me decía intentado besarme de nuevo.

Aquello ya me estaba cabreando.

+Jay, duérmete. Se acabó la conversación. Si quieres sexo, llama a cualquiera de tu larga lista de teléfonos que seguro que tienes miles dispuestas a lo que sea.

-Pero yo solo quiero contigo Elena.

+Eso lo piensas ahora, que estás borracho.

Cuando me di cuenta, Jay ya estaba medio dormido. Intenté pensar que era efecto de todo el alcohol que había bebido pero aun así me dolía igual. Y encima, ahora tenía que dormir con él en mi cama, abrazado a mí, aunque apestando a alcohol.

Dormí bastante bien aquella noche, no pensé en lo que había pasado tan solo hacía unos minutos, simplemente disfruté del momento y dormí con Jay abrazado a mi toda la noche.

Cuando desperté, Jay aún seguía durmiendo, estuve mirándolo unos segundos, aquella carita angelical y eso ricitos que se recostaban sobre la almohada. No quería despertarlo, pero tampoco quería ver como aquello no se iba a volver a repetir, no de la manera que yo quería, así que antes de que se despertara decidí irme a tomar un poco de aire fresco, y que mejor sitio que el parque.

Llegué al parque y pensé, ¿y por qué no voy a aprovechar la oportunidad que me dio Jay? Al fin y al cabo es solo sexo, buen rato para él, buen rato para mi, ya me ocuparé después de los sentimientos, y si al final él no quiere nada conmigo, pues eso que me he llevado.

Llegué en menos de cinco minutos a casa, pero cuando entré intenté no hacer ruido para no despertarle. Entré a mi habitación y me metí de nuevo en la cama, pero esta vez con las ideas claras, la mente fría y el cuerpo caliente, muy caliente.

Me pegué a él, que inmediatamente, e inconscientemente me abrazó, pero yo ahora no me quedaría quieta. Me giré. Él seguía durmiendo, pero no por mucho más tiempo. Empecé a acariciarle el brazo, después el pecho y entonces abrió los ojos muy despacito. Me vio y sonrió. Aquella sonrisa…

+Buenos días.

Volvió a sonreír. Aquella sonrisa…

+ ¿Recuerdas algo de lo que pasó ayer?

-Me acuerdo perfectamente de todo, Elena.

+No te creo Jay, ibas muy, muy borracho.

-Elena, si te digo todo, es, todo.

Yo seguía pegada a su cara acariciándole todo el cuerpo, ya no tenía más el control de mi mano.

-Solo que hubo algunas cosas que no me gustaron de anoche, exactamente tres.

+ ¿Qué tres?

-La primera discutir contigo, la segunda besar a aquella chica que a la que no quería besar, y la tercera…- se quedó callado.

+ ¡Venga, di cuál es la tercera!

-La tercera fue que me dijeras que no anoche…

Me quedé mirándole durante unos segundos.

+Anoche no es hoy.

Me puse encima suya, él no daba crédito de lo que estaba pasando en aquel momento, y yo solo me dejé llevar por mis sentimientos más primitivos.

-¿Elena?

+ Shhh… si quieres seguir con lo que anoche no te dejé empezar dame un beso.

-¿Elena, que te pasa?

+Así, no vas a superar al de la otra noche.

-No estés tan segura.

Se incorporó, pero me agarró para que yo siguiera encima de él. Estábamos sentados, me besaba el cuello, yo me estremecía mientras le arañaba su cuerpo sin camiseta. Ahora me tocaba a mí hacer que se erizara su piel. No podía más, veía como su cuerpo iba a explotar y esto, había sido solamente el principio.


Nuestra fuerte respiración iba al unísono, y solo se interrumpía por besos y mordiscos. Pero yo, no se lo iba a poner fácil.

+ Si esto es todo lo que puedes hacer que sepas que me aburro.

-¿Te aburres?

+Si.- le dije con nuestros labios casi rozándose.

-Entonces soy aburrido… el de la otra noche fue mucho mejor ¿no?

+ ¿Qué eres capaz de hacer para entretenerme?- le mordí el labio.

-Elena…

Me besó, me mordió el cuello y me arrancó la camiseta. Mi corazón iba a mil, y sé que el suyo también, lo notaba cuando se acercaba a mí. No podía dejar de morderle por todas partes.
Me cogió y me tumbó sobre la cama para ponerse encima de mí.

-¿Por qué me muerdes tanto?- me dijo mientras le daba mordisquitos en el hombro.

+Por que me apetece comerte. Aunque los charlatanes no son de mi estilo.

-¿Ah no? Pues veremos ahora quién es la que habla.

+ ¿Por qué dices eso?

-Por que no voy a parar hasta que te tiemblen las piernas y todos tus vecinos sepan cual es mi nombre.

Me levanté. Aún tenía los shorts vaqueros puestos. Él estaba tumbado en mi cama, pero no desnudo, aunque no estaría así mucho más tiempo.

Me desabroché el botón del pantalón, muy despacito. Bajé la cremallera, muy despacito. Y fui bajándome los pantalones, muy, despacito.

Él se iba a salir de sí, yo llevaba sin estar en mí desde que me dio el primer beso. No me dio tiempo a quitarme lo demás. Él ya me había vuelto a tumbar sobre la cama. Ahora era él quien terminaba de desnudarme, suavemente y entre besos.

Mi pulso se aceleraba, al igual que mi respiración, y arañaba las sábanas de mi cama como si me fuera la vida en ello.

Era cierto, mis piernas temblaban, sobretodo cuando empecé a enredar mis dedos entre sus rizos cuando él sabía lo que estaba haciendo mientras estaba entre mis piernas.

Otra cosa que era cierta era que todos iban a saber su nombre, pues no sabía por qué, pero no podía parar de gritarlo en aquel momento.

No sé cómo pude, pero recordé que tenía algo pendiente. Tenía que hacerle saber quien era Elena de verdad. Desde aquel momento dejaría de verme como aquella chica que trabaja en la tienda de chocolate, que es una patosa, y a la que llama pequeña. Ya no. O al menos durante ese momento.

Aproveché que subía por mis piernas y llegaba a mi ombligo. Lo cogí, le di la vuelta y sin preguntar ni pedir permiso, lo desnudé.

+Ahora ya estamos en igualdad de condiciones. Ya no hay ventajas, podemos luchar justamente.

-No te voy a contestar por que no te gustan los charlatanes, así supondré que tengo permiso para lo que 
quiera.

+Prueba a ver.- le dije mordiéndome el labio.

Fue a darme un beso, me aparté. Intentó acariciarme por el pecho. Intento fallido. Lo estaba cabreando, esto ya era personal.

Me agarró fuerte de las manos, pero no me hacía daño, era la presión justa. Ahora no me podía mover. 

Tampoco quería. Empezó, bueno, siguió besándome el cuello. Ahora yo era suya. Y no me importaba nada serlo. Me mordía el labio mientras lo miraba fijamente a los ojos.

-No tienes ni idea de lo que me has dicho antes.

+Pero sí que quiero tenerla.

-Elena…

+Dime, Jay.- mi cuerpo se estremecía cada vez que él decía mi nombre.

No dijo nada. No podía.

+ ¿Estás bien?

 -Tú que crees… Por cierto cállate la boca.
Entró fuertemente, y lo hizo para quedarse.

El sudor corría por nuestro cuerpo ardiendo. Los muebles crujían. La cama, la mesa, la pared y el suelo sufrieron las consecuencias de aquella, nuestra lucha. Y nosotros solamente nos limitamos a… sentir.

No quería que aquel momento acabara. Yo gritaba su nombre. Él decía el mío entre suspiros. Mi aliento rozaba su oreja. Su aliento, mi nuca. Había momentos en los que me quedaba sin respiración. Y momentos en los que a él se le paraba el corazón.

Pasaban las horas. No había descanso. No lo necesitábamos. No lo queríamos. Aunque mi cuerpo le perteneciera, y yo fuera dueña del suyo, no nos parecía suficiente.

La sed que sentíamos el uno por el otro era insaciable. Pero era muy, muy, muy placentera. De fondo la única música que sonaba era la de mis gemidos.

Iba a besarle, pero me quedaba rozando sus labios. Buena señal. Eso no le gustaba. Su reacción me gustaba aún más.

Pasión, lujuria, avaricia, ira, gula… pasamos y repasamos cada uno de los siete pecados capitales, excepto el de la pereza. Nuestros cuerpos estaban demasiado llenos de energía y la adrenalina corría a velocidades tan rápidas por nosotros, como para pararnos en ese pecado.

Me empujó contra la pared. Me cogió las piernas y me levantó. Mi espalda la rozaba  y mi piel volvía a estremecerse de nuevo entre besos y caricias. Mis dedos volvían a dibujar fuertemente arañazos en su espalda. Abrí los ojos. Miré al frente. Ahí había un espejo, donde nos veía reflejados. Si hubiera sido con otra persona, o quizás en otra situación puede que me hubiera excitado aún más, pero no. Esta vez no. Lo único que veía era algo meramente físico y aunque su corazón latía, incluso más rápido que el ritmo que llevábamos, estaba frío. No sentía nada por mí, solo una bonita amistad. Y yo no soy de conformarme, yo quería más, necesitaba más. Me separé de él.

+Jay, no más.- salí de mi habitación y me fui al baño.

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